Nochebuena, Navidad villancicos y champagne, una sombra, casi un hombre se escurre entre la muchedumbre. Cien abrigos de visón dos mil sombreros de copa buscan regalos de última hora. Negra mano, escuálido brazo, roba las sobras de algún plato. Mira de lejos las luces de ese mundo tan suyo que hoy no conoce. Ruido, barullo... se asusta, se encoge. En el olvidado callejón sus ojos solo brillan. Bajo el polvo y el barro de noches sin sueño, de años sin hogar, se esconde el rostro de un niño que nunca aprendió a jugar. Unas piernas famélicas acurrucadas en el suelo tiritan de frío. Sus ojos negros, como la noche de las calles donde se esconde, hablan de una edad mayor de lo que corresponde.
Entre diarios de meses pasados acuna un paquete que tiene manos: manos pequeñas, llenas de vida, que piden a gritos fuego y comida. Sólo un chupete y sobras de pavo para este “paquete”, para este “bulto”, que es su hermano. Sus tristes ojos de adulto miran la ciudad y se desea a sí mismo: “Feliz Navidad” |
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