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Tengo sed de estrellas, sed de amaneceres, sed de lunas llenas, sed de días sin sueño, noches bajo el cielo.
Tengo sed de viento calando mi cuerpo, aire que me empapa, me rodea, hasta que me llena, hasta que chorrea y por cada poro escurro silencio en forma de llanto. Porque estoy condenado a vivir bajo este ardiente blanco que cura mis heridas quitándome la vida. Bajo un cielo sin estrellas, bajo esta luz eterna, donde la oscuridad que ciega y muerde ya no llega, ya no lucha y se revuelve. ¡No! Yo no quiero cantar con la voz de los tiempos, yo no quiero besar, ni volar tan lento. No estoy sedienta de un mar, sino de un ciento.
No te quiero alcanzar.
Tan sólo soñar en la distancia. Tan sólo gritar liberando un huracán en mi garganta y escuchar mi propio eco desgarrando un alma, mi alma, sin darme tiempo a escapar, sin poder parar, blandiendo plumas contra el viento tras el rastro inalcanzable de un amor sediento.
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