Alzan el vuelo cientos de aves a una, sin un sendero rasgando mares de espuma.
Y yo en el centro, demente... entre plumas: negros puñales que el viento arroja contra mi cuerpo carente de protección alguna. Miles de voces lloran y gritan en mi interior. Veinte huracanes soplan mi sien sin dirección.
Y yo en el centro, en oscuro, me mareo. Giro, doy vueltas sin sentido. Giro, entre vientos helados que arañan mis brazos, que arrancan mi piel a pedazos.
Lenguas de hielo distantes, heladas, besan mis manos, mi pecho, mi cuello, mi cara, muerden mi ser a dentelladas. Lenguas de hielo punzantes, agudas, como columnas de un cielo que se derrumba.
Vigas de sed que, incapaces de aguantar un techo, soportan el peso de un alma de niña
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en un cuerpo de mujer dolorido, fustigado, agotado, sangriento, abierto, casi muerto, en el que las caricias ausentes dejan surcos carmesí.
Y yo en oscuro me alzo desnuda en mitad de la nada a la que he sido arrojada. Desde el centro del huracán avanzo en contra del mismo viento que un día me enseñó a volar y hoy me vuelve la espalda, convertido en vendaval, me roba las alas, me quita la vida. Mil partículas de arena me lamen la piel abriendo mis heridas, cerrándome la huida.
Y llega al fin la ansiada calma, pero no puedo dormir. Y yo, a solas, calmo mi alma porque se que nadie lo hará por mí.
Y yo en oscuro me desplomo, me desmayo, y en mi interior sigo girando, sigo muriendo, sigo en oscuro, en blanco y negro. Porque veinte huracanes son muchos para un solo cerebro y pocos para un corazón herido. |
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